Título Original: Cabaret
Género: Drama, Musical.
Director: Bob Fosse
Intérpretes: Liza Minelli, Michael York, Helmut Griem , Joel
Grey
Nacionalidad: Estadounidense.
Impresiones
Una de las características
diferenciales de “Cabaret” respecto a otros musicales es que está salpimentado
con una interesante dosis de amargura y oscuridad. Es decir, no tiene el
carácter feliz de los musicales del Hollywood clásico. No me entiendan mal, me
encantan musicales como “Cantando Bajo la Lluvia” o “Siete Novias para Siete
Hermanos” pero es edificante encontrarse con varios ejemplos del mismo género
concurriendo.
El ánimo de la película bascula
entre lo sombrío y lo vital, en buena medida por la época en que se ambienta:
la República de Weimar. Un periodo de bellas aspiraciones políticas, nacientes
de su constitución democrática, que fue arrasado por violentos rencores, una
economía ruinosa y el alzamiento vil del totalitarismo. En lo artístico fue un
periodo floreciente; en lo cinematográfico precisamente tenemos las
maravillosas películas expresionistas de los años veinte y primeros treinta.
De
una manera más bufa y llana están los cabarets, los descocados espectáculos de
variedades, la diversión traviesa y concupiscente. Este mundo sería arrasado
por las S.A y los freikorps, que prefigurarían el siniestro advenimiento del
nazismo. Todo esto, por cierto, se cuenta de forma espléndida en “Cabaret”.
Tengamos en cuenta otra
diferencia respecto a otros musicales. Los números están rigurosamente acotados
al escenario del cabaret Kit Kat donde Liza Minelli es la pequeña estrella y
tiene su pequeño reino. Con la colaboración, claro, del travieso maestro de
ceremonias (Joel Grey). Es decir no existe una narratividad clara en las
canciones; la música no hace avanzar la historia, aunque la matiza e influye.
Al comienzo de los años 30 llega
a Berlín un doctorando en filosofía por Cambridge llamado Bryan Roberts
(Michael York). Su intención es ir tirando impartiendo clases de inglés. Como
alojamiento encuentra una pensión donde se aloja Sally Bowles (Liza Minelli),
bailarina y cantante del club Kit Kat. “Cabaret” cuenta la historia de amor
entre ambos que, como no podía ser de otra forma, tendrá muchos dimes y
diretes. Y como decorado la deprimente situación política y laboral que les
rodea.
“Cabaret” fue un éxito de enormes
proporciones tanto en público como en crítica, llegando a tutear en los Oscar
incluso a “El Padrino” (1972) que aun así se llevó el de 3 (incluyendo mejor
película). “Cabaret” por su parte obtuvo nada más y nada menos que ocho
estauillas, convirtiéndose es una de las películas más laureadas de todos los
tiempos. Piensen además en los números musicales, todos ellos patrimonio ya de
la cultura popular y conocidos y todavía
cantados por doquier. Éxito, por cierto creo yo, merecido. Como historia
de amor es emotiva pero sobria y reluctante al sentimentalismo. Como crónica de
una época nos sumerge en un extraño oasis de libertad entre la barbarie
incipiente. La vida del cabaret.
Análisis
Dirección: Bob Fosse (cuya vida en lo que atañe a su relación con
Gwen Verdon se puede ver en una serie de HBO) evita el pilotaje automático y
consigue que “Cabaret” baile (nunca mejor dicho) a su ritmo. El uso de un
montaje sincopado y rápido añade agilidad, y algo de extravagancia, a la
película. La captación del espíritu alemán de los años treinta está realmente
conseguida. Como Bob Fosse es también coreógrafo, los bailes de los números
musicales están conducidos por él, ameritando una interesante doble tarea. Si
juntamos, pues, el sentido del ritmo a través del montaje y la vistosidad
musical, vemos que el trabajo de Fosse tiene voz propia.
Actuaciones: Esta clasificación la gana de calle Liza Minelli. La
Minelli acapara cualquier secuencia en la que esté presente, hasta el punto de
hurtar protagonismo al resto del reparto. Su personaje, Sally Bowles, tiene un
encanto saleroso y simpático que no rehúye una ingenuidad algo superficial y
ambigua. Qué se puede decir de los números musicales en lo que participa… Ahí
tienen “Mein Herr”, “Life is a Cabaret”, etc. Michael York cumple pero resulta
un poco soso; tiene toda la pinta de ser el buen chico que es introducido en el
lado salvaje por una personalidad poderosa, en este caso Lizza Minelli. También
a destacar el indescriptiblemente extravagante papel de Joel Grey dando vida al
Maestro de Ceremonias (nada se dice de su nombre). Este personaje simpático,
grotesco y travieso hace casi frente en cuanto a carisma a Liza Minelli. En
cualquier caso ambos comparten números memorables como “Money”.
Guion: Se basa en la obra de teatro de John Van Druten, que a su
vez se basaba en la novela de Christopher Isherwood “Adiós a Berlín”. Tras esta
concatenación de influencias, el guion une de forma sintónica y coordinada la
“historia con letras mayúsculas” con las “las intrahistorias de los
personajes”. No se descuida la catastrófica situación alemana del momento, ni
tampoco se abandona la situación personal de sus personajes.
Me ocurre algo curioso con la
historia de esta película. Después de haberla revisitado varias veces me ocurre
que me deja distintos sabores de boca. No hablo, digamos, de calidad sino en el
tono. A veces la historia de amor parece natural y coherente y otras
desestructurada y aparente. Pero todo esto se explica mucho mejor en la zona
spoiler.
Factura Técnica: La dirección artística es realmente buena. Todo
huele al Berlín de entreguerras y al ambiente libertino y evasivo de los
cabarets. La fotografía tiene momentos destacados, sobre todo en los números
musicales y su iluminación (particularmente cuando usa los azules) Algunas
escenas íntimas de interiores casi alcanzan cierta plasticidad precisamente por
el buen uso de la luz. La música es estupenda y perdurable. ¿Quién no conoce
“Money, Money” o la bienvenida (en tres idiomas) que hace el Maestro de
Ceremonias al inicio? Magníficas melodías de vodevil que, aunque sin narrar, sí
que añaden matices a matizan la historia.
Zona Spoiler
-Uno escucha el “Willkomen,
Bienvenue, Wellcome” y se sitúa exactamente dónde está. Como buen musical, empieza
con un número de carisma probada. Toda la esencia de la imaginería cabaretera
tras esta película proviene de aquí.
-De Sally Bowles es fácil
enamorarse. Tiene simpatía, desparpajo y
más bien poco pudor. Unan estas característica a un joven guapo pero sosete,
buen chico y, probablemente, de costumbres morigeradas. Es decir, que Bryan
Roberts va a espabilar.
-Mi aclaración sobre las
diferentes sensaciones que he tenido sobre la relación Sally/Bryan después de
cada visionado. A veces me sugieren que son una buena pareja, que se
complementan y se hacen bien mutuamente. Otras pienso que Sally quiere a Bryan
pero, esencialmente, lo que más quiere es triunfar como actriz (eso de escoger
entre tus sueños profesionales y el amor es algo que hemos visto posteriormente
en La La Land, p.ej).
-Sally no quiere atarse a nadie y
no ve salida a la maternidad. Finalmente pienso que no es una película
particularmente propensa al romanticismo y que, como mucho, Sally y Bryan
tienen una relación abierta; más abierta de lo que Bryan cree. Vean si no el
escarceo de Sally con Maximilliam, el aristócrata bisexual, que casi acaba en
ménage à trois con Bryan. No pierdan de vista que Sally piensa que el adinerado
Maximilliam puede conocer a algún productor. A posterior hay una etapa
ensoñadora en la que Sally y Bryan hace planes, pero Sally sabe que todo eso es
quimérico. El aborto acaba poniendo fin a una relación que tal vez no lo fue
tanto. Vean la despedida final en la estación ¿Acaso no es un poco fría?
-La relación entre Fritz y
Natalia es mucho más recatada pero más sincera. Realmente existe un amor
inasequible ante cualquier adversidad
salvo el pavoroso clima antisemita que campaba en Alemania. Y no es un
obstáculo baladí; sospechamos que en el futuro sufrirán mucho.
-Es precisamente el clima de
violencia que se respira, la sensación de que se está incubando el huevo de la
serpiente la que da un aspecto fatalista a “Cabaret”. Los camisas pardas ya
apalizan y aterrorizan. Un momento escalofriante es el del miembro de las juventudes
hitlerianas que comienza a cantar “Tomorrow Belongs to Me” y prácticamente toda
la gente alrededor acaba uniéndose. Solo un anciano permanece triste y
meditabundo. Este momento es una de las mejores simbologías del ascenso del
nazismo que se hayan rodado. Y no olvidemos que la muchedumbre, el pueblo
alemán, se alegra y se alborota con devoción. Cosa que a veces se pasa por
alto, como si hubiese sido cosa de cuatro gatos.
Escena favorita
-Aúna el principio y el final. En
esos momentos vemos al público asistente, no de forma directa sino mediante
reflejos. Cuando comienza la película, los espectadores son gente normal, de a
pie. En los espejos del final vemos reflejados a varios oficiales nazis. Qué
sugerente, qué inteligente y qué terrorífico momento. Puro cine.
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