martes, 7 de enero de 2020

Corredor Sin Retorno (1963)


Título Original: Shock Corridor

Género: Thriller Psicológico

Director: Samuel Fuller

Intérpretes: Peter Breck, Constance Towers, Gene Evans, James Best

Nacionalidad: Estadounidense.




Impresiones

Samuel Fuller es de ese tipo de realizadores que nunca encontraremos en la lista de los mejores directores de la historia, pero que sin ellos habría un hueco de proporciones considerables. Considerado más artesano que autor, lo mismo hizo excelentes muestras de cine negro, cine bélico, dramas o, como en el caso de hoy, thriller psicológico.



Dentro de “Corredor Sin Retorno” se encuentran unas características importantes dentro del cine de Fuller: la energía y la vehemencia. No se toman prisioneros, la narración es cortante y directa y, en la temática que nos ocupa, no hay condescendencia en el entorno opresivo donde se mueven los personajes. La temática no es otra que la agobiante situación de una institución psiquiátrica aderezada con una subtrama policíaca.

Un ambicioso periodista, Johnny Barret (Peter Breck), deseoso de ganar el Pulitzer traza un extraño y peligroso plan consistente en internarse en un manicomio con el objeto de resolver el asesinato de un paciente, acaecido recientemente. Para ello tratará de que los propios doctores de la institución le tomen por un demente genuino, por lo que es asesorado en la materia por un psiquiatra profesional. De este modo podrá fingir los síntomas precisos y seguir los comportamientos propios de un loco. Su novia se opone frontalmente a este plan basándose en la creencia de que una convivencia larga, rodeado de trastornos mentales, puede afectar a la mente de Johnny de forma traumática y perdurable. Finalmente, el periodista consigue entrar en el manicomio para encontrarse enseguida con una serie de situaciones cada vez más perturbadoras.



Fuller probablemente no siguió al pie de la letra ningún tratado de psiquiatría, y bastante de lo que se cuenta posiblemente no sea científico, pero como creador usa su legítimo derecho a fabular y crear ficción en aras de la narración que considere adecuada. Las situaciones que se van sucediendo van creciendo en intensidad, siendo una película que se refiere a temas no demasiado hollados hasta entonces en la gran pantalla. El manicomio es un lugar inhóspito, donde los comportamientos lunáticos abundan y el personal al cargo es, en muchos casos, cruel o incompetente. Johnny habrá de vérselas con las autoridades médicas y con los trastornos de sus compañeros de reclusión. Lo mismo hay un paciente que se cree un soldado confederado, que hay un negro con proclamas favorables al KKK (como suena), que gente adulta comportándose como niños de seis años. Nuestro protagonista tendrá que interpretar estos signos de demencia para desentrañar el misterio del asesinato. Sin embargo, él mismo empieza desconectarse de la realidad.

Hay cierta mirada crítica a las personas que rigen el manicomio y otra mirada exculpatoria para los internados (que a fin de cuentas son enfermos), lo que hace que “Corredor sin Retorno” sea una especie de antecedente de “Alguien Voló Sobre el Nido del Cuco” (1975). También hay cierta concomitancia con lo que será la novela (y también película) “Los Renglones Torcidos de Dios”. En cualquier caso, es una película insólita para su época y una narración tensa, inmisericorde y directa.



Análisis

Dirección: Samuel Fuller no es fino estilista, pero se las apaña para crear imágenes capaces de quedarse en la retina. La entrada de Johnny en la clínica supone el comienzo de una narración que Fuller agarra como un perro de presa y ya no la suelta hasta el final. En los ratos más convulsos incluso dirige la película hasta terrenos propios del cine de terror. Los medios son escasos pero utilizados con un escrupuloso sentido común y mucha sapiencia narrativa. El propio corredor al que hace referencia el título acaba siendo una imagen sencilla pero significativa y desalentadora. Probablemente estemos ante una de las mejores películas de Samuel Fuller.

Intérpretes: Hay algo de exageración en el conjunto del reparto, pero dado el dibujo teórico que se hace de los personajes es comprensible que haya retazos de histrionismo. Peter Breck interpreta con solvencia el papel de hombre racional y ambicioso que acaba perdiendo pie dentro de la realidad y zambulléndose en un mundo particular y extraño. De entre los internos podemos destacar a Pagliacci (Larry Tucker), un voluminoso y barroco personaje aficionado a la ópera que bascula entre la simpatía y el escalofrío. Un apartado cumplidor este de las actuaciones, dentro de la teatralidad que muestra.

Guion: “Corredor Sin Retorno” empieza con un relato policíaco tradicional, pero con la diferenciación que supone el internamiento en una clínica mental. A medida que avanzamos la historia deviene en pesadilla y la intensidad se multiplica poco a poco a base comportamientos cada vez más erráticos, como si a cada paso nos empapáramos más de la locura circundante. Habido cuenta de que es un guion de una película de 1963, la historia es audaz y no particularmente complaciente, advirtiéndose también cierta aproximación crítica al sistema de salud estadounidense en esta materia.

Factura Técnica: La película es de serie b, o de cualquier letra del alfabeto que no sea la “a”. Pero el presupuesto se suple con un guion contundente, una narrativa inteligente y directa y un buen uso de los medios. Las dependencias sanitarias están aprovechadas hasta la extenuación, sacando partido, hasta estrujarlo, al último dólar invertido. También hay un apartado para algunas visiones simbólicas o alucinatorias que, además de imaginativas, se resuelven con una vistosa sencillez.

ZONA SPOILER


-La película se inicia con el adiestramiento para pasarse por loco que realiza Johnny con la ayuda de un psiquiatra. Enseguida se nos enseña el planteamiento y al mismo tiempo suponemos ya que algo va a salir bastante mal. Cathy (Constance Towers), la novia de Johnny, es la voz de la razón dentro de tanto dislate, y nosotros, espectadores, coincidimos con ella en que el plan es nefasto.

-De por sí, que una persona normal sea capaz de asumir los síntomas de un demente y engañar a doctores cualificados ya podría considerarse como una falta de preparación grave de los responsables. No obstante, la inquina cruel de algunos celadores y el uso, quizá discutible, de algunos elementos como el electroshock (dura escena) no dirán mucho en favor de la gestión del centro.

-Algunas escenas bordean el delirio de altos vuelos. Véase el momento en que el protagonista es asaltado por una cohorte de ninfómanas, perturbador en varios aspectos. Otros momentos de oscuro simbolismo, como el de lluvia en el pasillo son bastante efectivos. De hecho, la sola visión de ese pasillo casi interminable (el corredor) de por sí produce desconfianza.

-Para remate el asesino finalmente es un celador. Johnny desvela el misterio, pero aun precio tremendo. Por cierto, que el momento en que tiene que preguntar algo fundamental y se le corta el habla, es de una angustia insoportable.

Escena favorita

-Precisamente con esta última me quedo. La afasia, o similar, que impide a Johnny hablar cuando está preguntando al dibujante talludito, con edad de seis años, es de una angustia indecible. Traten de ponerse en la tesitura de querer decir algo y no poder. Como decía la novela de Harlam Ellison: “No Tengo Boca y Debo Gritar”.




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