Título Original: Bram Stoker’s Dracula
Género: Terror
Director: Francis Ford Coppola
Intérpretes: Gary Oldman, Winona Ryder, Anthony Hopkins,
Keanu Reeves
Nacionalidad: Estadounidense
Impresiones
Primero hablemos sobre el título.
Parace que incluir en el título a Bram Stoker otorga una especie de
denominación de origen, unos credenciales de autenticidad y de apego a la obra
original. Pues esto es pura y llanamente falso. Es cierto que hay ciertos aspectos
que sí están en la novela, pero faltan demasiadas cosas. Para empezar, el tono
romántico está del todo inventado; olvídense de un ser maldito que se
reencuentra con su amor a través de “océanos de tiempo” (una de las frases más
reconocibles de la película). Nada hay de esta historia entre Drácula y Mina
Harker.
De aquí podemos seguir hilando
influencias o similitudes en ramas más altas del árbol genealógico. El Drácula
con Frank Langella de 1979, dirigido por John Badham, puede ser un antecedente importante en cuanto
al tema del romanticismo se refiere. Porque con los otros Drácula no tiene
demasiado que ver éste interpretado por Gary Oldman. No tiene ni la ferocidad
animal de Christopher Lee, ni maldad aristocrática de Bela de Lugosi. Pero
tampoco nos creamos que el romanticismo de esta versión de Coppola es un
antecedente de la atrocidad pastelera de la saga Crespúsculo. Ni mucho menos.
Este Drácula es complejo. Hay
algo ancestralmente maligno en él, puede llegar a ser brutal, ejerce poder
sobre las criaturas de la noche, y provoca un intenso terror en los que conocen
su poder. Y sin embargo también muestra una faz sentimental, romántica; pero
hablamos de un romanticismo torturado, maldito, sin ningún atisbo de
sensiblería.
Más allá del tema de la fidelidad
a las fuentes, este Drácula tiene muchos elementos fascinantes. La dirección
artística tiene un nivel absolutamente sobresaliente, corroborando el magnífico
aspecto visual de la película. Todo ello, además, se consigue con trucos y
efectos especiales relativamente “vintage”; en una época en que con “Terminator
2” se habían introducido ya los efectos digitales a gran escala, el “Drácula de
Bram Stoker” opta por antiguos pero eficaces métodos. Incluso durante unos
instantes se utiliza una cámara de principios del siglo XX.
Coppola, que no acababa de dejar
atrás sus problemas financiera incluso después de El Padrino III, fue elegido
para dirigir la película en detrimento de otros director más cercanos al cine
de género como John Carpenter o William Friedkin (el caso es que la primera
película de Coppola fue una película de terror, “Dementia 13”, a principios de
los sesenta). El presupesto fue de 40 millones de dólares, bastante elevado
para un género como el terror que no pasaba por su mejor momento. Sea como
fuera la película acabó siendo un éxito atronador de taquilla, que además se
fundamentaba en un magnífico trabajo de Coppola en la dirección.
Personalmente no la vi el año en
que estrenó, la fecha me pilló con once años, pero a posteriori y tras verla años
después en casa de unos amigos algo me hizo conectar con este Drácula. Había
algo espectacular, barroco, y morboso,
con escenas cautivadoras en su belleza y tenebrismo. Era maravilloso, lo sigue
siendo, ver la llegada de Jonathan Harker al castillo del conde Drácula; los
paisajes nocturnos, poblados de lobos aullantes y de fuegos fatuos, el
sorprendente juego de sombras dentro ya del castillo, el Londres victoriano y
enigmático. Todo operaba de una manera casi operística, pero con una controlada
mesura.
Curiosamente, años más tarde,
llegué a adquirir el hábito, que aún tengo, de ver esta película en la época de
navidades. No me pegunten el por qué pero tengo cierta tendencia a ver película
un tanto siniestras por esas fechas. ¿Será que tengo escaso espíritu navideño?
Y el visionado es casi anual, así que ya se acerca otra sesión de este Drácula.
Muchas películas de Drácula
tienen una peripecia casi común, de tal modo que el planteamiento es más o
menos es conocido. Jonathan Harker llega al castillo del Conde Drácula en
representación de su firma de Londres, para la adquisición de unos terrenos en
la capital inglesa. Pronto Jonathan se verá inmerso en un alucinante mundo de
oscuridad, mientras Drácula vuelve sus ojos hacia Londres y se dispone a viajar
allí con aviesas intenciones.
Ha habido muchos Dráculas a lo
largo de la historia del cine. Desde la majestuosa adaptación apócrifa de
“Nosferatu” (1922), el canónico conde interpretado por Bela Lugosi, pasando por
el aterrador Christopher Lee, las locuras como las de Jess Franco, las mezclas
raciales de “Blackcula”, la mencionada con Frank Langella… Y este
Drácula de Coppola, aunque no se base totalmente en la fidelidad al texto de la
que presume, ocupa un lugar de honor entre las adaptaciones del Conde. Si bien
Gary Oldman no avasalla tanto.
Análisis
Dirección: La coincidencia de aunar éxito de público y éxito de
crítica fue bienvenida para Coppola. El Padrino III mitigó algo el asunto, pero
no de forma definitiva. Los críticos no alcanzaron consenso y la respuesta del
público quizá tampoco fuese la esperada. Aun así ponía a Coppola de nuevo en el
candelero tras algunas película como “Jardines de Piedra” (1987) o “Tucker, Un
Hombe y su Sueño” (1988) que pasaron más bien desapercibidas. En cualquier caso
Coppola contó con un ingente presupuesto para este Drácula y la verdad es que
supo aprovecharlo de maravilla. El resultado obtenido es una demostración de
barroquismo gótico, de indudable personalidad e imágenes para el recuerdo.
Coppola hizo lo que sabe hacer cuando está en plena forma: aunar el cine de
autor con las apetencias comerciales. El resultado es una obra seductora,
sugestiva, pero indudablemente personal.
Actuaciones: Gary Oldman no es precisamente la primera cara que se
me viene a la mente cuando pienso en Drácula (quizá ganaría la de Christopher
Lee) pero eso no significa que su actuación sea mala. Es una interpretación con
varios matices; por un lado vemos a un anciano decrépito pero poderoso en su
maldad, y por otro un dandi decimonónico propenso al romanticismo. Si me dan a
elegir me quedo con su faceta transilvana y siniestra, pero está propio también
en la otra. Winona Ryder construye razonablemente bien a Mina Murray (luego
Harker), pero luce realmente más cuando se comporta de forma apasionada y
vehemente y abandona los remilgos de joven victoriana; creo que su personaje va
ganando en atractivo según va pasando el metraje.
Me dirán lo que quieran sobre
Anthony Hopkins, pero su zumbado papel de Van Helsing me parece divertidísimo.
Incorrecto, excéntrico y de modales inquietantes; pero casi siempre divertido y
vigoroso. Su extraña risa es casi como un desafío a la gravedad del mal. Keanu
Reeves reniega de esta película y de todo los que concierne a ella, pero su
labor es correcta. Su Jonathan Harker es bueno en sus inicios, aunque quizá
acabe diluyéndose. Por cierto, me van a permitir mencionar a Tom Waits en el
papel de Renfield, otro clásico personaje de este universo; imposible
encontrar, creo, a nadie más locamente adecuado.
Guion: Ya decíamos que no es tan fiel como anuncia su título, pero
al menos conserva ciertas cosas que son un acierto. Por ejemplo el desarrollo
de la narración a través de diarios, prensa y correspondencia; algo que hacía
de la novela un libro de estructura francamente interesante. La historia de la
película incide en la unión de los conceptos de amor y muerte vistos a través
del filtro de la redención. Drácula es un ser castigado y maldito, pero al
mismo tiempo el componente romántico nos hace compadecernos en cierta medida de
él. Afortunadamente no cede ante la sensiblería y nunca se aleja en exceso del
caudal grotesco de la historia original.
Factura Técnica: Visualmente me parece una auténtica maravilla.
Mención especial al inicio, especialmente en la parte transilvana. Los
exteriores tienen un poder de evocación sórdido y acongojante; el castillo de
Drácula puede que sea el más oscuro y siniestro de todas las películas de este
personaje. Y el efecto se consigue sin recursos caros o complejos, más bien con
imaginación y buen gusto. La dirección artística y el vestuario son exquisitos.
Toda una maravilla, por lo tanto, para el disfrute sensorial donde también
incluimos la vigorosa y apasionada banda sonora de Wojciech Kilar.
ZONA SPOILER
-La parte de la batalla con los
turcos y el suicidio de Elisabetta no aparece en la novela. De ahí que la
sugestión de que Mina puede ser ella reencarnada se aleje del espíritu de la
obra literaria.
-No me negarán que el viaje de
Jonathan Harker en tren hacia Tranilvania y el posterior recorrido en carromato
es una maravilla. Ojos en el cielo rojo sangre, aullidos inquietantes, fuegos
fatuos… Qué maravilla de inquietante esencia gótica.
-La parte de Lucy Westenra es la
más sexual y a la vez la más violenta. Su muerte coincidiendo con la boda entre
Jonathan y Mina, mientras suena la música de Kilar, es de los más (justamente)
recordado momentos de la película. Por no mencionar su “”segunda muerte”, una
vez se ha transformado.
-Los secundarios (Seward,
Holmwood…) sin tener mucho lugar para el brillo, no desentonan. Son agentes
necesarios para llevar a cabo la caza de Drácula.
-Magnífico Anthony Hopkins
interpretando a un locoide profesor Van
Helsing. Sus carcajadas, voraz apetito, y macabras excentricidades aportan un
nada desdeñable toque de humor.
-Las escenas románticas,
particularmente las de las citas en el café, huyen de cualquier tipo de exceso
sentimental. La sugerente banda sonora y algunos juegos de luces y sombra,
emulando gente bailando al fondo, son de una imaginación exquisita y misteriosa.
-Finalmente nos encontramos con
una especie de redención por amor. Algo muy decimonónico y wagneriano. La
redención tiene un toque religioso, de algún modo Drácula se reconcilia con
Dios y se insinúa un eterno descanso lejos del infierno.
Escena favorita
-La llegada de Jonathan Harker al
castillo de Drácula. Adentrarse en él es aventurarse es un mundo paralelo lleno
de oscuridad, melancolía y angustia. Los juegos de sombras son magníficos y la
ambientación tiene un encanto irresistible.
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