martes, 5 de noviembre de 2019

Drácula de Bram Stoker (1992)


Título Original: Bram Stoker’s Dracula

Género: Terror

Director: Francis Ford Coppola

Intérpretes: Gary Oldman, Winona Ryder, Anthony Hopkins, Keanu Reeves

Nacionalidad: Estadounidense


                                                                                                                          
Impresiones

Primero hablemos sobre el título. Parace que incluir en el título a Bram Stoker otorga una especie de denominación de origen, unos credenciales de autenticidad y de apego a la obra original. Pues esto es pura y llanamente falso. Es cierto que hay ciertos aspectos que sí están en la novela, pero faltan demasiadas cosas. Para empezar, el tono romántico está del todo inventado; olvídense de un ser maldito que se reencuentra con su amor a través de “océanos de tiempo” (una de las frases más reconocibles de la película). Nada hay de esta historia entre Drácula y Mina Harker.


De aquí podemos seguir hilando influencias o similitudes en ramas más altas del árbol genealógico. El Drácula con Frank Langella de 1979, dirigido por John Badham,  puede ser un antecedente importante en cuanto al tema del romanticismo se refiere. Porque con los otros Drácula no tiene demasiado que ver éste interpretado por Gary Oldman. No tiene ni la ferocidad animal de Christopher Lee, ni maldad aristocrática de Bela de Lugosi. Pero tampoco nos creamos que el romanticismo de esta versión de Coppola es un antecedente de la atrocidad pastelera de la saga Crespúsculo. Ni mucho menos.



Este Drácula es complejo. Hay algo ancestralmente maligno en él, puede llegar a ser brutal, ejerce poder sobre las criaturas de la noche, y provoca un intenso terror en los que conocen su poder. Y sin embargo también muestra una faz sentimental, romántica; pero hablamos de un romanticismo torturado, maldito, sin ningún atisbo de sensiblería.

Más allá del tema de la fidelidad a las fuentes, este Drácula tiene muchos elementos fascinantes. La dirección artística tiene un nivel absolutamente sobresaliente, corroborando el magnífico aspecto visual de la película. Todo ello, además, se consigue con trucos y efectos especiales relativamente “vintage”; en una época en que con “Terminator 2” se habían introducido ya los efectos digitales a gran escala, el “Drácula de Bram Stoker” opta por antiguos pero eficaces métodos. Incluso durante unos instantes se utiliza una cámara de principios del siglo XX.



Coppola, que no acababa de dejar atrás sus problemas financiera incluso después de El Padrino III, fue elegido para dirigir la película en detrimento de otros director más cercanos al cine de género como John Carpenter o William Friedkin (el caso es que la primera película de Coppola fue una película de terror, “Dementia 13”, a principios de los sesenta). El presupesto fue de 40 millones de dólares, bastante elevado para un género como el terror que no pasaba por su mejor momento. Sea como fuera la película acabó siendo un éxito atronador de taquilla, que además se fundamentaba en un magnífico trabajo de Coppola en la dirección.

Personalmente no la vi el año en que estrenó, la fecha me pilló con once años, pero a posteriori y tras verla años después en casa de unos amigos algo me hizo conectar con este Drácula. Había algo espectacular, barroco, y  morboso, con escenas cautivadoras en su belleza y tenebrismo. Era maravilloso, lo sigue siendo, ver la llegada de Jonathan Harker al castillo del conde Drácula; los paisajes nocturnos, poblados de lobos aullantes y de fuegos fatuos, el sorprendente juego de sombras dentro ya del castillo, el Londres victoriano y enigmático. Todo operaba de una manera casi operística, pero con una controlada mesura.



Curiosamente, años más tarde, llegué a adquirir el hábito, que aún tengo, de ver esta película en la época de navidades. No me pegunten el por qué pero tengo cierta tendencia a ver película un tanto siniestras por esas fechas. ¿Será que tengo escaso espíritu navideño? Y el visionado es casi anual, así que ya se acerca otra sesión de este Drácula.

Muchas películas de Drácula tienen una peripecia casi común, de tal modo que el planteamiento es más o menos es conocido. Jonathan Harker llega al castillo del Conde Drácula en representación de su firma de Londres, para la adquisición de unos terrenos en la capital inglesa. Pronto Jonathan se verá inmerso en un alucinante mundo de oscuridad, mientras Drácula vuelve sus ojos hacia Londres y se dispone a viajar allí con aviesas intenciones.

Ha habido muchos Dráculas a lo largo de la historia del cine. Desde la majestuosa adaptación apócrifa de “Nosferatu” (1922), el canónico conde interpretado por Bela Lugosi, pasando por el aterrador Christopher Lee, las locuras como las de Jess Franco, las mezclas raciales de “Blackcula”, la mencionada con Frank Langella…   Y este Drácula de Coppola, aunque no se base totalmente en la fidelidad al texto de la que presume, ocupa un lugar de honor entre las adaptaciones del Conde. Si bien Gary Oldman no avasalla tanto.



Análisis

Dirección: La coincidencia de aunar éxito de público y éxito de crítica fue bienvenida para Coppola. El Padrino III mitigó algo el asunto, pero no de forma definitiva. Los críticos no alcanzaron consenso y la respuesta del público quizá tampoco fuese la esperada. Aun así ponía a Coppola de nuevo en el candelero tras algunas película como “Jardines de Piedra” (1987) o “Tucker, Un Hombe y su Sueño” (1988) que pasaron más bien desapercibidas. En cualquier caso Coppola contó con un ingente presupuesto para este Drácula y la verdad es que supo aprovecharlo de maravilla. El resultado obtenido es una demostración de barroquismo gótico, de indudable personalidad e imágenes para el recuerdo. Coppola hizo lo que sabe hacer cuando está en plena forma: aunar el cine de autor con las apetencias comerciales. El resultado es una obra seductora, sugestiva, pero indudablemente personal.

Actuaciones: Gary Oldman no es precisamente la primera cara que se me viene a la mente cuando pienso en Drácula (quizá ganaría la de Christopher Lee) pero eso no significa que su actuación sea mala. Es una interpretación con varios matices; por un lado vemos a un anciano decrépito pero poderoso en su maldad, y por otro un dandi decimonónico propenso al romanticismo. Si me dan a elegir me quedo con su faceta transilvana y siniestra, pero está propio también en la otra. Winona Ryder construye razonablemente bien a Mina Murray (luego Harker), pero luce realmente más cuando se comporta de forma apasionada y vehemente y abandona los remilgos de joven victoriana; creo que su personaje va ganando en atractivo según va pasando el metraje.

Me dirán lo que quieran sobre Anthony Hopkins, pero su zumbado papel de Van Helsing me parece divertidísimo. Incorrecto, excéntrico y de modales inquietantes; pero casi siempre divertido y vigoroso. Su extraña risa es casi como un desafío a la gravedad del mal. Keanu Reeves reniega de esta película y de todo los que concierne a ella, pero su labor es correcta. Su Jonathan Harker es bueno en sus inicios, aunque quizá acabe diluyéndose. Por cierto, me van a permitir mencionar a Tom Waits en el papel de Renfield, otro clásico personaje de este universo; imposible encontrar, creo, a nadie más locamente adecuado.

Guion: Ya decíamos que no es tan fiel como anuncia su título, pero al menos conserva ciertas cosas que son un acierto. Por ejemplo el desarrollo de la narración a través de diarios, prensa y correspondencia; algo que hacía de la novela un libro de estructura francamente interesante. La historia de la película incide en la unión de los conceptos de amor y muerte vistos a través del filtro de la redención. Drácula es un ser castigado y maldito, pero al mismo tiempo el componente romántico nos hace compadecernos en cierta medida de él. Afortunadamente no cede ante la sensiblería y nunca se aleja en exceso del caudal grotesco de la historia original.

Factura Técnica: Visualmente me parece una auténtica maravilla. Mención especial al inicio, especialmente en la parte transilvana. Los exteriores tienen un poder de evocación sórdido y acongojante; el castillo de Drácula puede que sea el más oscuro y siniestro de todas las películas de este personaje. Y el efecto se consigue sin recursos caros o complejos, más bien con imaginación y buen gusto. La dirección artística y el vestuario son exquisitos. Toda una maravilla, por lo tanto, para el disfrute sensorial donde también incluimos la vigorosa y apasionada banda sonora de Wojciech Kilar.

ZONA SPOILER

-La parte de la batalla con los turcos y el suicidio de Elisabetta no aparece en la novela. De ahí que la sugestión de que Mina puede ser ella reencarnada se aleje del espíritu de la obra literaria.

-No me negarán que el viaje de Jonathan Harker en tren hacia Tranilvania y el posterior recorrido en carromato es una maravilla. Ojos en el cielo rojo sangre, aullidos inquietantes, fuegos fatuos… Qué maravilla de inquietante esencia gótica.

-La parte de Lucy Westenra es la más sexual y a la vez la más violenta. Su muerte coincidiendo con la boda entre Jonathan y Mina, mientras suena la música de Kilar, es de los más (justamente) recordado momentos de la película. Por no mencionar su “”segunda muerte”, una vez se ha transformado.

-Los secundarios (Seward, Holmwood…) sin tener mucho lugar para el brillo, no desentonan. Son agentes necesarios para llevar a cabo la caza de Drácula.

-Magnífico Anthony Hopkins interpretando a un locoide profesor  Van Helsing. Sus carcajadas, voraz apetito, y macabras excentricidades aportan un nada desdeñable toque de humor.

-Las escenas románticas, particularmente las de las citas en el café, huyen de cualquier tipo de exceso sentimental. La sugerente banda sonora y algunos juegos de luces y sombra, emulando gente bailando al fondo, son de una imaginación exquisita y misteriosa.

-Finalmente nos encontramos con una especie de redención por amor. Algo muy decimonónico y wagneriano. La redención tiene un toque religioso, de algún modo Drácula se reconcilia con Dios y se insinúa un eterno descanso lejos del infierno.

Escena favorita

-La llegada de Jonathan Harker al castillo de Drácula. Adentrarse en él es aventurarse es un mundo paralelo lleno de oscuridad, melancolía y angustia. Los juegos de sombras son magníficos y la ambientación tiene un encanto irresistible.


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