martes, 19 de marzo de 2019

El Ladrón de Cadáveres (1945)


Título Original: The Body Snatcher

Género: Terror

Director: Robert Wise

Intérpretes: Henry Daniell, Edith Adwater, Boris Karloff, Bela Lugosi

Nacionalidad: Estadounidense.



Impresiones

Allá en los años 40 la RKO comenzó a producir una serie de películas de terror de bajo presupuesto gracias al empuje de Val Lewton. Con escasos medios pero con una imaginación a prueba de cualquier tipo de austeridad, directores como Jacques Tourneur llevaron a cabo pequeñas obras maestras como “La Mujer Pantera” (1942) o “Yo Anduve con un Zombie” (1943). Robert Wise fue otro de los que participaron en esta menesterosa pero admirable línea de cine. De hecho justo antes de “El Ladrón de Cadáveres” había dirigido “El Regreso de la Mujer Pantera” (1944), la continuación del afamado film de Jacques Tourneur.




La esencia de las películas de Val Lewton era la sugerencia y la oscuridad en lugar de la explicitud. Lo que da más miedo son las tinieblas, lo que no podemos ver, el indicio del peligro inminente. Y así, con ese arte al que solo se llega por la artesanía (palabra injustamente vilipendiada), aquellas películas de la RKO se cargaban de atmósferas viciadas, tenebrismo por doquier y sombras cubriendo tétricamente almas y paredes.

“El Ladrón de Cadáveres” juega con una temática escabrosa; el robo de cuerpos en los cementerios para que los médicos del S. XIX pudiesen progresar en sus conocimientos de anatomía y mejorar la eficacia de la cirugía, mediante disecciones. Con las cosa de comer no se juega, y la idea de traficar con difuntos (profanando y robando) sumada a la poca apetitosa práctica (aunque útil) de la disección producen una fuerte sensación de congoja en el espectador.

La película, de reconocible ambientación decimonónica, no tiene grandes sustos o miembros cercenados; lo fía casi todo a la atmósfera. Una atmósfera siniestra, agobiante, aderezada además por profundos sentimientos de mezquina maldad. Otro factor importante, ya lo veremos, es que los dos protagonista principales (sobre todo uno) son personajes poco simpáticos, de tal manera que es difícil identificarse con alguno de los dos. Esto aumenta la incomodidad del espectador y por lo tanto facilita conseguir su sensación de miedo.



Estamos en Edimburgo, en el año 1831, donde el doctor McFarlane es un cirujano de reconocido prestigio. Donald Fettes, estudiante de medicina, llega a su casa con intención de ser su ayudante. Allí empieza a ver algunas prácticas escasamente edificantes; los cadáveres que usa el doctor en sus clases de anatomía los suministra el siniestro cochero John Gray, quien los ha robado previamente del cementerio cercano. La llegada de una madre en busca de cura para su hija inválida y la retorcida relación entre el cirujano y el cochero acabarán desencadenando una terrible serie de eventos.

Vean esta película con las luces apagadas y prepárense para entrar en el territorio de los malos sueños decimonónicos, en el reino de la desazón gótica, donde aquello que no esperan que sea real puede tomar vida. Están avisados.



Análisis

Dirección: Robert Wise es uno de los directores que más ha basculado entre géneros de la historia del cine. Este señor ha dirigido clásicos del terror (aparte de “El Ladron de Cadáveres” se ha ocupado de “La Mansión Encantada” -1963-, por ejemplo); musicales (“West Side Story” -1961- y “Sonrisas y Lágrimas” -1965-); dramas potentes (“Marcado por el Odio” -1956-, “¡Quiero Vivir!” -1958-); ciencia ficción (“La Amenaza de Andrómeda” -1971-, y la primera peli de “Star Trek” -1978-). Si juntamos todo, su carrera es delirante y talentosa. En “El Ladrón de Cadáveres” demuestra su talento creando una atmósfera opresiva y de decrepitud moral con unos medios y unos decorados bastante modestos. También muestra buen tino para el miedo sugerido y tenebroso. Su faceta de director de “género” es siempre interesante.

Actuaciones: Un aliciente, sin duda, es que en el reparto coincidan dos leyendas del cine de terror, Boris Karloff y Bela Lugosi. Aunque su importancia en la historia es dispar, Boris Karloff es el antagonista principal y el papel de Bela Lugosi no pasa de ser bastante secundario. Karloff, sin dar un recital, da vida de forma más que convincente al personaje más aterrador (física y moralmente) de “El Ladrón de Cadáveres”; su risa sardónica acaba generando verdadera inquietud. Henry Daniell da vida con rigurosa solemnidad al doctor McFarlane, al cual calificaríamos de “bueno” si no fuera por la constante y adusta frialdad del personaje; todo sin tener en cuenta sus facetas oscuras. El trabajo de Daniell concita desconfianza y piedad a un tiempo para el doctor, ofreciendo una ambigüedad pétrea. Buen desempeño en este apartado.

Guion: La historia se basa en un relato del mismo nombre escrito por Robert L. Stevenson y publicado en 1884. El hecho de que toque el tema de la muerte de una forma tan física, aunque sutil, proporciona al ambiente de la historia una inquietud morbosa y opresiva. Como ya decíamos antes, nos podemos identificar con el personaje del estudiante y otros secundarios pero difícilmente lo haremos con el doctor McFarlane y muchísimo menos con el cochero. Este detalle obliga al espectador a buscar un asidero moral para compensar la grotesca peripecia, pero no le es fácil; esto aumenta la tensión. También hay un matiz psicológico en un momento dado que nos hace dudar de si algunos pasajes son alucinatorios o de alcance sobrenatural.

Factura Técnica: La escasez de medios no es óbice para que este apartado sea bastante meritorio. La fotografía, oscura, de grandes contrastes entre el blanco y el negro, hija directa del expresionismo alemán conjura un mundo agobiante, opresivo y desasosegante. Los decorados y el toque cartón piedra aportan un saludable deje artesano que de ningún modo nos hurta inmiscuirnos en la historia. También es relevante la dirección sonora de la película, que aumenta la tensión mediante una acertada gestión del sonido y del silencio.

ZONA SPOILER

-El doctor McFarlane es caracterizado fríamente desde el inicio. Se nos presenta como un erudito un tanto hosco y enfurruñado, renuente a empatizar con los pacientes. Véase la relación con la niña lisiada y su madre.

-Se nos deja caer la idea de que la medicina es más efectiva cuando el médico tiene un toque humano. Es precisamente la falta de “humanidad” del doctor McFarlane lo que hace que, en principio de la niña, la intervención no sea exitosa.

-John Gray, el cochero, se nos presenta como un ser aborrecible, rencoroso y depreciable. Da la impresión de que disfruta con su necrófilo trabajo. Y desde luego no tiene escrúpulos en obtener cadáveres incluso recurriendo al asesinato.

-Ojo a la utilización del silencio en la película. El momento en que la cantante callejera apaga su voz es escalofriante, porque sabemos que John Gray la ha asesinado. El perro cesando de ladrar nos da una idea parecida.

-El propio John Gray represente la culpa pretérita, pero actualizada, del doctor Mcfarlane. Conoce un secreto siniestro sobre el pasado del doctor McFarlane. También se nos deja caer que John Gray vio afectada su vida por este hecho. Hay venganza en su maldad.

-Será la operación de la niña la que haga que todo salte por los aires. La situación entre Gray y McFarlane es irrespirable.

-Lástima que el papel de Bela Lugosi sea tan, literalmente, subalterno. Hubiera estado bien hacerle un papel de altura.

-Al final, tras la brutal pelea con Gray, McFarlane está fuera de sí. Gray ha muerto, se siente liberado. Sin embargo sus escrúpulos no van a mejor. De hecho se lanza a robar un cadáver en cuanto oye la noticia de un entierro.

-La secuencia final es tan ambigua como aterradora. ¿Realmente John Gray vuelve a hacerse presente en lugar del cadáver de la mujer? ¿Es una venganza de ultratumba? ¿O sin embargo es el resultado de la mente enloquecida de McFarlane? Es interpretable, supongo. En cualquier caso el resultado final es la muerte de McFarlane en accidente de carromato.

Escena Favorita

-Por el sobresaliente uso del silencio me quedo con el asesinato de la cantante callejera, el cual no vemos en pantalla; sin embargo el cese del canto y el plano nocturno de Edimburgo son tan sugerentes que nos estremecen.

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